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Elegí conversar con los saberes p’urhépechas de Michoacán, en primer lugar porque este escrito es un homenaje a mis ancestros, a quienes les arrancaron sus memorias otomíes con el mestizaje, quienes fueron hijos de peones en la hacienda del Tepozan, Hidalgo, también niños del norte del país secuestrados por los revolucionarios para ser sus esclavos; es decir, mi linaje vivió en los márgenes de la “humanidad” colonial. Por otro lado, mis ancestras fueron parteras, curanderas y mujeres medicina en sus rancherías. Estas ascendencias me conectan con el dolor de la violencia colonial, pero también con sus saberes ancestrales con los que crecí, gracias a mi madre, quien siempre está rodeada de plantas y menjurjes. En segundo lugar, mi encuentro con la maestra Erandi Medina Huerta, quien es originaria de Paracho de Verduzco, Michoacán, y es una mujer p’urhépecha. Ella trabaja las epistemologías indígenas p’urhépechas; escucharla me provocó tsimerajperakua jimbo manatani k’uiripuechani (mover el ánimo por medio de la emoción) y un sentido político de memoria para reivindicar los saberes territoriales mesoamericanos, y aprender de ellos, por ello los echo a conversar con los saberes que tengo, en este caso el psicoanálisis. Y en tercer lugar, creo fervientemente que podemos germinar ontologías desde nuestros territorios, y que es nuestra responsabilidad ética hacerlo; porque el psicoanálisis, como cualquier otra práctica y saber heredado de Europa, tiene que dar cuenta de que es practicado en territorios con historia propia, en ese sentido, es prioritario que se dé el diálogo entre territorios.